Nuestro propósito común

Estrategia 4: Ampliar de manera considerable la capacidad para tender puentes cívicos

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Estrategia 4: Ampliar de manera considerable la capacidad para tender puentes cívicos

«No tenemos suficientes espacios... espacios cívicos en los que la gente aprenda a tener mentalidad cívica... Hay muy pocos lugares a los que todos los integrantes de la comunidad pueden ir para trabajar en equipo».

—Lowell (Massachusetts)

 

En las estrategias 1, 2 y 3 nos centramos en las instituciones y en los procesos formales de nuestra democracia. En las demás estrategias exploraremos ámbitos ajenos a la arquitectura institucional de la democracia en los que los estadounidenses pueden adquirir y poner en práctica hábitos democráticos. Esa exploración se inicia en la estrategia 4 con un debate sobre las asociaciones de la sociedad civil, las cuales —al igual que las instituciones formales— deben ocupar un lugar central en la forma en que entendamos la democracia de Estados Unidos. Estas asociaciones les ofrecen a los estadounidenses la oportunidad de poner en práctica los hábitos de la democracia al tener y exigir igualdad de voz y de representación (la estrategia 1), al votar (la estrategia 2) y al intervenir en otros mecanismos formales de participación (la estrategia 3). En resumen, son el terreno en el que debe echar raíces nuestra cultura de compromiso mutuo (la estrategia 6).

Con la estrategia 4 pasamos de las urnas, los pasillos del Congreso y las asambleas ciudadanas nacionales al mundo ultralocal de las bibliotecas, los parques infantiles y públicos, los huertos comunitarios, las iglesias y los cafés. Los muchos grupos de personas que se reúnen en estos lugares —como los clubes de lectura, las asociaciones de apoyo de los parques y los grupos de estudio de la Biblia— practican el arte de la asociación. Como lo ha sugerido una serie de escritores que van desde Alexis de Tocqueville hasta eruditos contemporáneos como Robert Putman y Cathy Cohen, este arte es un elemento fundamental del conocimiento que los estadounidenses tienen de sí mismos. En la práctica de este arte, el gobierno no es la palestra principal en que sucede la acción; lo son la familia, las organizaciones de carácter religioso y los grupos sociales.

Uno de los descubrimientos más sorprendentes de las sesiones que celebró la Comisión para escuchar a las comunidades fue que, en esta era de profunda polarización, los estadounidenses están ansiosos por tener oportunidades para reunirse, deliberar y conversar. Incluso cuando una pandemia los obligó a mantener la distancia social y a quedarse en casa, hallaron formas nuevas de comunicarse unos con otros. La cuarta estrategia de la Comisión se esbozó para satisfacer ese deseo. En la primera recomendación se aconseja la inversión masiva en la infraestructura cívica mediante el establecimiento de un Fondo Nacional; en la segunda se hace énfasis en invertir en las personas que dirigen organizaciones cívicas.

La infraestructura cívica —como el sendero que bordea el lago Summit, en Akron (Ohio)— establece conexiones entre los vecindarios y los residentes, y crea comunidades con capacidad para sobreponerse a las dificultades.
La infraestructura cívica —como el sendero que bordea el lago Summit, en Akron (Ohio)— establece conexiones entre los vecindarios y los residentes, y crea comunidades con capacidad para sobreponerse a las dificultades.

4.1 

Establecer un Fondo Nacional de Infra­estructura Cívica con el fin de mejorar la infraestructura social, cívica y democrática. Financiar el Fondo mediante una campaña importante de inversión en todo el país que tienda puentes entre la empresa privada y el capital filantrópico inicial que lo pondría en marcha. Este Fondo podría mantenerse más adelante con asignaciones presupuestarias anuales del Congreso según el modelo de la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy).

La infraestructura física, como las carreteras, los trenes y los túneles, establece conexiones entre un lugar y otro, y a menudo reporta beneficios económicos. La infraestructura cívica cumple una función parecida de creación de puentes: basta con pensar en todo lo que se hace en los parques, las bibliotecas, las escuelas, las iglesias y los museos para unir a la gente de la comunidad. Estos espacios de reunión promueven la relación cívica y social de formas que potencian lo que los sociólogos llaman el «capital social». Aunque es difícil medir la salud de nuestra infraestructura cívica con algún grado de precisión, no cabe duda de que hoy en día la infraestructura cívica cuenta con muy poco apoyo y de que, con mucha frecuencia, se la subestima.

La infraestructura cívica respalda las actividades e interacciones por las cuales la gente aprende las capacidades prácticas y de motivación necesarias para adquirir un sentido de propósito común. Si nuestra infraestructura cívica está en mal estado, no debería sorprendernos que tantos estadounidenses hayan sentido menos compromiso con la comunidad. Para fomentar un propósito común en Estados Unidos en el siglo XXI será necesario fortalecer la infraestructura cívica que tenga la capacidad de vincular sectores dispares de la sociedad —como los espacios, los programas y los sucesos en los que coincidan varios sectores—. Es obvio que las personas que se relacionan unas con otras debido a intereses o experiencias comunes tienen más probabilidades de adquirir un sentido compartido del bien colectivo.

Un Fondo Nacional de Infraestructura Cívica sería el medio ideal para fortalecer este tipo de infraestructura en los ámbitos nacional y local. El proceso para solicitar la financiación del Fondo debe resultarles cómodo a las organizaciones ultralocales —como las juntas comunitarias, los grupos de amigos de los parques, los lugares de culto y las organizaciones cívicas juveniles— que a menudo son las más importantes en lo que se refiere al compromiso con la comunidad, pero que rara vez tienen la capacidad organizativa para sortear un proceso oneroso y burocrático de solicitud de fondos. Por otra parte, tendría que designarse el Fondo de modo que se garantizara la distribución del dinero haciendo énfasis en las comunidades y los lugares geográficos que se hayan marginado y subatendido a lo largo de la historia. La nueva infraestructura cívica no deberá simplemente multiplicar las oportunidades de compromiso entre aquellos que ya las tienen en abundancia.

La financiación del Fondo Nacional de Infraestructura Cívica se podría comenzar con una campaña de inversión en todo el país que se llevara a cabo mediante financiación privada y filantropía. Sin embargo, en cuanto el modelo demuestre tener éxito, el Congreso deberá financiar el Fondo a través de partidas presupuestarias anuales. El Congreso ya proporciona financiación para fortalecer la democracia en otros países mediante la Fundación Nacional para la Democracia, que se estableció en 1983. (Esta fundación recibió una asignación de trescientos millones de dólares para el año fiscal 2020).57 ¿Por qué no financiar la democracia en casa?

Endnotes

4.2 

Activar una amplia gama de fuentes de financiación para invertir en las capacidades de liderazgo del llamado «millón de cataliza­dores cívicos», es decir, los líderes que impulsan la renovación cívica en comunidades de todo el país. Encauzar estos fondos para animar a estos líderes a apoyar innovaciones para tender puentes cívicos y apoyar la democracia participativa.

Al construir una nueva infraestructura cívica debemos dar prioridad a la «creación de puentes cívicos» hacia aquellos antes excluidos de la participación cívica. Pero también debemos crearlos hacia aquellos que ya estén profundamente comprometidos: los integrantes del «millón de catalizadores cívicos» —como los llama Peter Levine, estudioso del ejercicio de la ciudadanía—, que hacen todo lo posible por que otras personas se comprometan.58 Este millón está compuesto por las personas que estarán al mando de la infraestructura cívica que el Fondo Nacional ayudará a construir. Estas personas dirigen las organizaciones comunitarias que constituyen las vías fundamentales que permiten el ejercicio de la ciudadanía democrática. Son los catalizadores del cambio y de la renovación que provienen del pueblo. Al apoyarlos, respaldamos las comunidades a quienes ellos atienden.

«En cierta forma, el surgimiento del liderazgo entre nosotros es un proceso natural. El ochenta por ciento de la junta escolar está integrado por quienes antes habían sido madres y padres voluntarios... A medida que uno avanza por el sistema y los hijos crecen, si uno participa, se va dando cuenta de los asuntos: qué pasa, qué importancia tiene cada asunto... por qué no hay más dinero... Para cuando los hijos han pasado por todo el sistema, uno ya tiene bastante experiencia en esos temas de educación. Y luego uno termina postulándose para la junta escolar».

—Condado de Ventura (California)

 

Los estudiosos en la materia reconocen la importancia del liderazgo en la eficacia de la vida cívica. Las organizaciones con integrantes muy comprometidos establecen vínculos más perdurables, fomentan el liderazgo en el ámbito local, e influyen en las políticas públicas y en los cambios duraderos.

Una explicación de la disminución de la participa­ción cívica es que hoy día menos personas están dispuestas a cumplir el papel de líderes en las organizaciones y en los espacios cívicos que hacen posible la participación. El liderazgo cívico exige conocimientos sobre cómo unir grupos de personas, sortear las tensiones y adquirir un sentido compartido de algo que es más grande que uno mismo.

  • La red Colaboración de Líderes Cívicos (Civic Collaboratory) de la Universidad del Ciudadano (Citizen University) abarca también la red Colaboración de Líderes Cívicos Jóvenes (Youth Civic Collaboratory), en la que un grupo diverso de jóvenes ponen en práctica habilidades de liderazgo cívico, entre ellas, el ejercicio de la ayuda mutua. Además, transmiten estas habilidades a personas de distintas generaciones.
  • Otra iniciativa consiste en activar a emprende­dores democráticos. Alan Khazei, quien cofundó el programa de servicio nacional Un Año en la Ciudad (City Year) y ha puesto en marcha otras organizaciones de servicio, describe a los emprendedores democráticos como personas que «utilizan técnicas creativas, innovadoras y empresariales para que nuestra vida cívica sea más participativa, inclusiva, equitativa y justa».59

Para apoyar al millón de catalizadores cívicos de manera adecuada, los filántropos estado­unidenses —en particular, las fundaciones filantrópicas— tendrán que cambiar sus hábitos. Actualmente, las fundaciones filantrópicas solo gastan, en conjunto, un 1.5 % del dinero destinado a subvenciones para apoyar iniciativas de mejora y reforma de la democracia, y solo asignan una porción mínima de esta tajada exigua del dinero al apoyo de líderes cívicos.60 Estas fundaciones pueden y deben esforzarse más para promover al millón de catalizadores cívicos y para garantizar que estos conformen una cohorte en la que se refleje en toda su amplitud la diversidad social estadounidense.

Endnotes